jueves, 18 de agosto de 2011

Prólogo.

Eran las once de la noche y allí estaba ella.
Tumbada en la cama boca arriba. Sus ojos no podían cerrarse y su cabeza no podía dejar de pensar en lo ocurrido durante todo el día.
Había llegado a pensar que aquel horrible día no acabaría nunca. Que aquella historia se prolongaría eternamente.
Mañana sería un día ajetreado, lleno de preguntas sin respuesta y búsqueda de explicaciones.
Tendría que aguantar a los profesores por la mañana y por la tarde le tocaría verle. No sabía que haría o que le diría. Le aterraba lo que puediera pasar esa tarde de Viernes.
Suspiró. Creía que eran demasiadas preocupaciones para una adolescente que pronto cumpliría dieciséis años. Quizá sin darse cuenta, ese último año había sido el más duro que le hubiera tocado vivir. Había ido sacando fuerzas de donde no había, pero necesitaba quitarle la preocupación a toda la gente que la rodeaba. Necesitaba que la vieran sonreír y disfrutar de cada minuto.
En cambio, no pudo quitarle la idea de que algo malo pasaba a él. Al chico de la sonrisa preciosa y ojos misteriosos. A su chico...
A él no podía ocultarle semejante noticia. Tenía que contarle lo que le pasaba. Nunca estuvo segura de contárselo a nadie, pero cuando él apareció de golpe en su vida, la puso patas arriba.
Y esa lluviosa tarde de Abril decidió confesárselo. No sabía si hacía bien o mal. No se esperaba aquella reacción al enterarse de lo que le ocurría. Pensaba que le abrazaría, que le susurraría al oído que nunca la dejaría sola, que estarían juntos siempre. Se equivocaba...
Cuando acabó de sincerarse con los ojos vidriosos y más brillantes de lo habitual, él se levantó de la silla de aquella cafetería que solían frecuentar, empujándola con fuerza y dejándola caer, mientras la observaba como lloraba desconsoladamente con las manos tapándose la cara. Cuando por fin consiguió retener su llanto por unos segundos, alzó la cabeza hacia la puerta y vio como él salía de allí a una rapidez increíble, llevándose por delante todo lo que encontraba a su paso, dejándola sola, ante la mirada de todo el mundo.
De repente notó como una lágrima que intentaba que no saliera, caía por su mejilla y la humedecía. Otra vez el dolor, la impotencia de pensar que tendría que habérselo dicho antes. Pero no estaba totalmente segura de lo que debía hacer. Dejó decidir al corazón, lo que debía haber pensado tranquilamente.
Ya no había marcha atrás. No podía volver al tiempo en el que nadie lo sabía y ese era su gran secreto. Toc toc. Se secó la lágrima a toda prisa.
- ¿Se puede? - Preguntó su madre abriendo la puerta de su habitación y practicamente entrando sin haber recibido la respuesta de su hija.
- Claro mamá, entra.
- Te he traído unos trozos de pizza, por si te apetecía cenar algo. Pensé que tendrías hambre. Desde que has llegado a casa, has subido corriendo a tu habitación sin decir nada.
- No gracias, no tengo hambre.
- ¿Te ha pasado algo con él esta tarde? ¿Habéis discutido?
- No..
- ¿Y entonces? ¿Te ha pasado algo en clase?
- No..
- ¿Te ha molestado que tu padre y yo..
- ¡No! ¡No es nada vuestro! - Le interrumpió la joven con un grito que se había cansado de tanto interrogatorio. - ¡No me ha pasado nada!
Su madre la observó atónita. Sandra siempre había sido muy impulsiva y algo contestona, pero nunca se había comportado de esa forma.
- Por favor mamá, vete, quiero dormir. - Le pidió la chica.
- Vale, ya me voy..- Le dijo con un tono de voz que le costaba entender hasta a su hija. - Te dejo aquí la pizza por si luego te entra hambre y ...- Prosiguió la madre colocando el plato con los dos trozos y el vaso de agua sobre el escritorio. Y acto seguido, abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de si.
Sandra se tumbó de golpe y resopló. ¡Ufff! ¿Qué pasaría apatir de ahora?